
Justo ahora, recordando momentos de la infancia con los panas del trabajo, llegaron a mi mente cientos de imágenes en las que me veo comprando estampitas para algún álbum infantil. Ahora que lo pienso, siempre he coleccionado cosas. Por el momento son Transformers y Blu–rays, pero en otro tiempo fueron envolturas de dulces, Pepsilindros o tarjetas de Superhéroes Marvel. Durante la conversación, alguien recordó los álbumes ochenteros que fueron populares durante la primaria. Haciendo un poco de memoria, puedo ubicar el momento exacto en el que inició mi hábito coleccionista: fue el primer día de clases de primero de primaria (Escuela Maria Curie Sklodowska, para los que tuvieran la duda). Una tía pasó por nosotros a la hora de la salida y justo enfrente había (o hay) una tiendita. El caso es que había un buen de escuincles aperrados comprando en ella, pero no Chaparritas o Gansitos, compraban sobres con estampas para un álbum.
Efectivamente, el álbum en cuestión era el de la foto:
Colección Mundo Mágico de la Naturaleza. Encarnaciones del mismo han existido durante generaciones, pero este es el que le tocó a la mía. En ese entonces, mis padres no me daban dinero para comprar chucherías (me preparaban
lonche), así que lo único que traía eran los pocos pesos que me sobraban del 'domingo'. Al ver la euforia que causaba a la gente comprar los sobres con cromos, me contagié y adquirí uno (no me alcanzó para más). Ni el álbum tenía, pero ya había comprado un sobre. Nunca voy a olvidar las primeras tres estampitas, que de una u otra manera, iniciaron con mi hábito coleccionista:

—Esquina inferior izquierda: el esturión—

—Esquina superior izquierda: la rosa—

—Parte media inferior: el lobo—
Por supuesto, esa misma tarde pedí dinero, y a partir de entonces, en vez de ‘domingos’ me dieron ‘gasto’, una cantidad que yo tenía que administrar para los gastos diarios que pudiera tener un estudiante de educación primaria (golosinas y tonterías). Eran 100 pesos diarios. Para dimensionar un poco: un Orange Crush costaba 30 pesos, hoy en día cuesta 5 pesos (como medio dólar). Con ese dinero, podía comprarme una soda, una golosina pequeña y como 4 o 5 sobres con estampas. Claro que al siguiente día, nada de bebidas o dulces, sólo el álbum y los sobres.
A partir de ese momento, en cada año escolar, como mínimo, coleccioné dos álbumes. Después de ese, siguieron....

—...el del mundial de fútbol México 1986 (y nunca me ha gustado el fútbol)...—

—...por supuesto el de Transformers, patrocinado por Mundet...—
...y varias docenas más. Entre ellos unos no muy masculinos (que varios compañeros de la oficina también coleccionaron):

—De este coleccioné dos, uno para mi y otro para una maestra que me gustaba—

—Para este no tengo ninguna excusa. Es más, tengo la canción del intro de la caricatura y el remix de Freezepop en el iPod—
Y no podían faltar aquellos de los dibujos animados del momento:




En la secundaria, dejé de coleccionar álbumes. No era bien visto y era meritorio de burlas y madrizas. El salto obvio era a las tarjetas coleccionables (muy varonil) de basquet, americano o supehéroes. Pero eso ya será tema de otro post.