21 de junio de 2010

¡1,000!

En diciembre de 1994, al jugar por primera vez Fatal Fury 2 para Sega Genesis, justo después de la característica pantalla 'SEGA', apareció un nombre que me hizo decir: "¿Qué esa compañía no hacía relojes?". La palabra en pantalla era 'TAKARA'. En ese entonces, yo desconocía que la mencionada compañía era la responsable de distribuir varias propiedades intelectuales japonesas en América, como los juegos de SNK, por ejemplo. En ese entonces, los Transformers eran un grato recuerdo de la década pasada. En ese entonces, ignoraba por completo que esa compañía que aparecía en mi juego y los robots con los cuales jugué durante la primaria, tenían relación alguna...

Pero, a pesar de ello, sí sabía que la compañía fabricaba relojes. ¿Por qué?

Diez años atrás, a principios del verano de 1984, mi primer reloj —uno azul, de cuarzo, con una brújula en la parte inferior— ya estaba en las últimas; la correa estaba rota y la pantalla muy maltratada. Era momento de cambiarlo. Durante una visita al flamante y recién formado Bazar Pericoapa —lugar en el cual se podían adquirir toda clase de productos importados de Estados Unidos, principalmente— fui testigo de un hecho asombroso: el dueño de uno de los locales tomó un reloj, en apariencia ordinario, y poco a poco lo 'transformó' en un pequeño robot.

Fue sorprendente. La impresión de ver por primera vez como un objeto cotidiano adquiría una forma inusual, fue algo indescriptible. Con mis seis años de edad, ese aparato ('gadget' era un término que no conocía en ese momento) era una de las cosas más increíbles que había visto en mi corta vida.

El impacto que causó en mi fue tan evidente, que el vendedor volteó a verme y con una sonrisa en la cara, dijo: "Está padre, ¿no?". Sólo asentí. Seguía sin creer lo que veía. Miré a mis padres y, también estaban sorprendidos —no tanto como yo, evidentemente— y la pregunta que esperaba, llegó: "¿Ese es el que quieres?". La respuesta fue obvia.

El precio era alto. Casi el triple de la cantidad que mis padres tenían planeado gastar en mi reloj. El trato venía con dos condiciones: "Lo vas a cuidar y no va a haber más juguetes durante las vacaciones". La respuesta, de nuevo, fue obvia.

"Tengo en dos colores, plata y negro...". Elegí la segunda opción. La primera era demasiado llamativa ('blingy' era un término que no conocía en ese momento). Así, en una cajita blanca, acompañado de su instructivo, mi segundo reloj estaba listo para acompañarme a casa.

Mis padres cuestionaron la simpleza de la caja y el vendedor respondió que al tratarse de un producto tan 'novedoso' (eufemismo para 'contrabando') era necesario quitarle las cajas originales, práctica muy común en aquella década, por lo menos en mi país. A mi no me importaba la caja, mucho menos las historias de importación ilegal del sujeto. Yo quería ponerme el reloj ya y jugar con él...

Después del bazar, fuimos a comer a un restaurante que se encontraba dentro de los Estudios Churubusco. Mientras ordenábamos, el gerente nos comentaba que semanas antes, recibieron a cerca de 50 personas, pues terminaron de grabar y desmontar unos escenarios para una película 'gringa'. "No se bien como se llama, pero dicen que es mejor que La Guerra de las Galaxias. También la filmaron en un desierto del norte...".

"Aburrido...", pensé. El tipo hablaba de Dune, de David Lynch, pero no podía importarme menos. Yo quería jugar con mi reloj. Y así lo hice. En las jardineras cerca de nuestra mesa , yo jugué con mi robot sin nombre. Y era muy, pero muy feliz...

El resto del verano lo pasé en casa de mis tías, la mayor parte del tiempo, mostrándole a todo el mundo mi sorprendente reloj que se transformaba. Era como magia y no me cansaba de repetir el acto una y otra vez.

Cuando terminaron las vacaciones, llegó un momento importante: mi primer día en la escuela primaria. Nada podía salir mal. Conocía a varios de mis compañeros, pues estudiaron conmigo en la preprimaria. Además, mi reloj transformable era suficiente para mantenerme distraído y era una manera sutil de quebrantar la ley, pues no se permitía llevar juguetes a clases. Adultos ignorantes... ¿qué sabían ellos acerca de las maravillas tecnológicas que la robótica ocultaba bajo sus circuitos?

Un día, un compañero del salón, llevó un reloj como el mío. Era casi idéntico, excepto por el rostro del robot (el mio tenía como gafas), la correa (la mia tenía unos relieves diferentes) y lo más evidente, el color (el de él era rojo). Sí, ya no era el único que tenía el fabuloso reloj transformable, pero no por ello mi robot era menos especial.

Poco a poco, como Gremlins, los relojes se reprodujeron en las muñecas de mis compañeros. Había rojos, negros, azules y grises. Mi reloj ya no era tan 'novedoso', pero para mi, mantenía su chispa.

El siguiente año, durante una visita a un bazar que se montaba en el Parque Hundido los domingos, viví una experiencia muy similar a la ocurrida la primera vez que vi mi reloj. Pero en esa ocasión, se trataba de un robot mucho más grande, con sonidos, que se transformaba en una impresionante pistola láser.

"Mira, es como tú", le dije en mi mente al robot en mi muñeca. Mientras, el vendedor le mostraba a los padres de otro niño todo lo que hacía ese sorprendente robot transformable. Era evidente que toda una invasión de robots que se transformaban en cosas había llegado. Y en los meses siguientes, todas las dudas serían aclaradas...

Para el segundo año de primaria, ya estaba yo en una escuela nueva. Esta vez, sin amigos, pero todavía con mi reloj increíble. En esa nueva institución, muchos eran los que tenían un reloj como el mio. Incluso había algunos que tenían relojes que se transformaban en aviones, autos e insectos. Mi reloj ya no era una novedad. De hecho, recuerdo que en varias ocasiones, algunos compañeros y mis nuevos amigos cuestionaron su 'autenticidad', pues la gran mayoría de los relojes portaban la leyenda 'QUARTZ' en la parte superior. El mío no.

"A mí me lo compraron en tal tienda", decían unos. "A mí me lo trajo mi papá de Estados Unidos", decían otros. "A mí me lo compraron en un bazar", decía yo. "Debe ser copia. En los tianguis venden copias de los originales", sentenciaban los que sabían. Hasta donde recuerdo, era el único que tenía un reloj de esa marca. "Ni modo", pensé. "A mí me gusta mi reloj".

Al poco tiempo, aparecieron los Transformers en TV abierta. Después de ese acontecimiento, ningún reloj transformable impresionaba. Todos querían los robots grandes que se transformaban en autos, aviones o pistolas —aquellos como el que yo vi en el bazar tiempo atrás—. La marca de mi reloj dejó de ser algo importante...

La marca era Takara y en ese entonces, desconocía que se trataba de una compañía japonesa que intentó comercializar sus productos en Estados Unidos bajo la marca Kronoform. También desconocía que Takara era la empresa responsable de crear las líneas Diaclone y Microchange años atrás, las cuales Hasbro retomó para crear a los Transformers. Para mi, en el año 1994, era una empresa que fabricaba relojes.

Poco tiempo después de comenzar mi colección, las metas aparecieron poco a poco. Siempre tuve presente adquirir los Transformers que tuve en mi niñez. También planeé adquirir aquellas que me hubiera gustado tener. Al principio tuve más metas que figuras. Cuando me di cuenta que era cuestión de semanas para que alcanzara las primeras 100 adquisiciones, decidí que una buena manera de hacer ese momento especial sería conseguir una figura significativa. Por ello, pensé en mi reloj robot sin nombre.

La figura #100 no fue el reloj de mi infancia. ¿La razón? Nunca lo conseguí. Lo busqué durante semanas sin éxito. Yo quería el mismo que tuve, pero para mi mala suerte, sólo aparecían ediciones chinas de otros colores o versiones originales con faltantes críticos. Una vez más, para la figura #200 intenté conseguir el reloj, pero de nuevo, sin suerte. Poco a poco olvidé esa meta y dejó de ser prioridad.

El último intento fue cuando me acercaba a la #500. Lo más cerca que estuve fue llegar a un sitio japonés en el cual vendían uno igual al que tuve, sin la correa, con el panel LCD estrellado y sin la certeza de que funcionara. Una derrota más para la lista.

Hace meses, cuando acababa de adquirir mi figura #600, entré a un foro de coleccionistas de Estados Unidos y le dejé un mensaje a alguien que, de acuerdo al caché de Google, vendía un reloj como el que buscaba. Nunca recibí respuesta.

Hace unas semanas, cuando escribía acerca de mi figura #900, me di cuenta que llegaría a la siguiente centena y no tenía una figura lo bastante especial como para celebrar tal acontecimiento. Contemplé varias opciones; algunas raras, otras muy costosas, otras que todo el mundo muere por tener, pero ninguna parecía lo suficientemente especial para mi. Recorrí bazares, subastas de eBay y tiendas online en busca de la figura que llenaría ese espacio tan importante.

Hace tres semanas, recordé ese mensaje que mandé meses atrás y decidí intentarlo de nuevo. Una vez más, esperé durante días y no recibí respuesta. Pero, mientras buscaba en el archivo histórico de ese foro, encontré a otra persona que vendía un reloj como el que buscaba, sin aclarar el estado, color y precio del mismo. Mandé un mensaje y la respuesta fue inmediata. Me mandó un link para ver las fotos y el grito se escuchó a kilómetros a la redonda. El resto fue cuestión de negociar y esperar su llegada...

Hoy sé que el reloj robot que tuve en mi infancia era original y probablemente, era el único original de su tipo, por lo menos en mi escuela. También sé que mi reloj y el primer Transformer que conocí tenían mucho más en común de lo que pensaba. Ahora sé que cualquier otra figura que hubiese elegido para ocupar este espacio, habría sido un error. Hoy sé que mi figura #1,000 tiene nombre: Takara Kronoform Robot Time Machine, el primer robot transformable que tuve, el que estuvo conmigo cuando comencé a coleccionar cosas, cuando vi a Shockwave, el primer TF que conocí, cuando recibí a Optimus Prime ese Día de Reyes y cuando sufrí por mi Sideswipe.

Tenía que ser él. Sin él, nada de lo que se ha comprado, fotografiado, filmado o escrito en este blog existiría.

"¿Ese es el que quieres?", me preguntan.

"¡SÍ!", responde mi yo de 1984. "¡Claro que sí...!", respondo, hoy.

4 comentarios:

Sr. Suta dijo...

Muchas, muchas felicidades. Lo logró, llego a las mil figuras, y la figura mil, es más que emblemática para usted. En hora buena.
P.D. Como dan ganas de ver una foto de los mil juntos.
P.D. 2 El header del blog está muy bueno, mucho.

AENDREL dijo...

Muchas gracias por los comentarios. Esa foto será un poco complicada, pero no imposible, pero tendrá que esperar un buen rato para verla. Qué bueno que le gustó! Saludos.

Felix Millan dijo...

Excelente escrito, me identifico de cierta manera contigo, no tanto por el reloj-robot (que aun conservo desde mi infancia y no es original), sino con otra pieza que se fabrico en venezuela y creo que otros 2 paises, que perdi durante mi infancia y la recupere y restaure a tiempo para enseñarsela a mi padre un tiempo antes de su partida de este mundo. Saludos!

janblue666 dijo...

Buenas, soy coleccionista como tú, yo no estoy tan especializado en transformers, aunque tengo un par de Kronoforms. Admito que de vez en cuando releo esta entrada tuya, simplemente porque refleja toda la pasión y el AMOR ( en mayusculas ) que debe tener cualquier coleccionista que se precie de serlo, independientemente de cuantas figuras tiene.
Un abrazo