El pasado domingo 25 de mayo —sí, esta historia tiene dilei— acudí en compañía de Red al Ciclotón de la Ciudad de México que se realiza el último domingo de cada mes. Por si no lo recuerdan, ya habíamos asistido antes, obteniendo resultados satisfactorios para ser la primera vez. En esta ocasión, muy al estilo Rally, nosotros salimos de un punto, mientras que mi carnal y los hermanos M partieron de otro. En nuestro caso, el punto de partida fue el entronque de Eje 5 y Patriotismo. El otro grupo repitió la fórmula y salió de la Alberca Olímpica como en la ocasión anterior. El principal enemigo de nuestro pasado recorrido fue el asiento de las bicicletas que nos prestó el Gobierno del Distrito Federal. Para evitar los dolores en la parte muy baja de la espalda, esta vez, estábamos preparados...
Un día antes, por consejo de mi hermano, acudimos al Chedraui a comprar los cubreasientos que le darían comodidad a nuestras posaderas. Sólo compramos uno (el mio) ya que el que había elegido Red estaba roto. Nuestro plan era levantarnos temprano y buscar el faltante en algún otro lugar. Por la desvelada que nos metimos el día anterior, ya no pudimos levantarnos lo suficientemente temprano como para realizar está busqueda —de hecho, ni tiempo nos dio de desayunar—. El caso es que nos trasladamos desde nuestra casa al punto de partida en colectivo y unos metros a pie para iniciar el recorrido a las 9:30 de la mañana.
Para nuestra sorpresa, las bicicletas que ahí prestaban eran diferentes a las de la Alberca Olímpica. Estas no eran tan deportivas como las que utilizamos la ocasión anterior, pero tenían varios puntos a favor. El primero, era claramente el asiento más cómodo, que permitía reposar el trasero sin miedo a perder la fertilidad. El segundo era el manubrio, cuya altura, al ser más adecuada, no provocaba tensión en la espalda. Los puntos en contra, también eran dos: era más pesada y parecía bicla de panadero. Pero las descripciones sobran: basta ver la primera imagen para notarlo.
Coloqué el cubreasiento con mucho dificultad, debido al enorme tamaño del asiento de la bicicleta, que prácticamente tenía las mismas dimensiones que el protector. Red no mostró ninguna incomodidad sin cubierta alguna. Yo por si las dudas, coloqué mi nueva adquisición y comenzamos la pedaleada.
—Este es el cubreasiento. 120 pesitos... lástima que el tamaño del asiento no quisiera cooperar—
De inmediato se notó la diferencia en comparación con las bicicletas anteriores. Nuestro ánimo estaba al máximo y comenzamos el recorrido con buen ritmo. Como a los 50 metros del inicio, tuve que hacer mi primera parada técnica. El cubreasiento no cooperaba y se movía hacia un lado, dificultándome estar a gusto. Aproveche para tomar una foto del punto de partida.
—Patriotismo y San Antonio. Lo que alguna vez fue sólo un cruce, ahora era nuestra meta—
Estaba yo muy contento con la bicicleta. No le encontraba ningún problema y mi optimismo estaba al 100%. Aunque en la primera cuesta (la subida de Patriotismo sobre Viaducto) pudimos notar que el vehículo era considerablemente más pesado que el que utilizamos con anterioridad, esto no nos impidió cruzarlo con velocidad. Todo el tramo que atraviesa la Condesa y llega hasta el Ángel, lo cruzamos sin dificultades, animados y bromistas. Incluso después de que una rebaba de metal entre el manubrio y el freno me cortara en mi manita.
—El Ángel, en toda su verticalidad—
En esta ocasión, sentí que no había tantas personas en los stands de servicio del Ángel. Además, no había nadie que diera pulseritas como la vez anterior. ¡Yo quería mi pulsera! Maldita, maldita sea... Ya será en otra ocasión.
Después de pedalear por Reforma, entramos a Av. Juarez. Ahí sí que había gente. De hecho bastante; patinetos, bicicletos (duh), peatones, perros y demás entes deambulaban en las inmediaciones de la Alameda. De hecho, por instantes, esta avenida se convirtió en una especie de campo traviesa con obstáculos en movimiento.
—Casi me llevo al can. Pero fue su culpa, iba tomado...—
Realizamos una parada de reabastecimiento liquido en esta zona. Como en maratón de primer mundo, las personas se peleaban por darte una bebida. Como no soy muy encajoso, sólo tomé una botellita con agua y como 3 vasos con Gatorade.
—Cámara en una mano, bebidas en la otra. Todo sobre una bicicleta de panadero. Yo debería trabajar en un circo—
Una vez recargados, continuamos la travesía hacia el corazón del centro capitalino. Unas cuadras después de cruzar Eje Central (dos para ser exactos) el trayecto original se alteró. No fue onda nuestra; al parecer había un evento en el zócalo, por lo que en lugar de seguir por Pino Suarez, Bolivar sería el camino a seguir hasta Fray Servando. Oficialmente ya estábamos en una parte del recorrido que no habíamos visitado.
—Metro Fray Servando a ritmo de danzón—
Unos minutos más tarde, llegamos a Francisco del Paso y Troncoso, origen de los ya clásicos muebles Troncoso, por donde continuamos hasta Viaducto. Justo al llegar a este punto, fue cuando mi entusiasmo y mi fé recibieron el primer golpe. Red ya se veía cansada y yo, al ver que todavía tendríamos que llegar hasta el Palacio de los Deportes -que se veía tan lejano- comencé a dudar de nuestra resistencia. Después de un profundo respiro, continuamos. Justo antes de llegar al metro Velodromo, hay un desnivel que pasa por debajo de Añil. La gravedad nos ayudó a completar la bajada, pero la misma gravedad, nos obligó a descender para continuar a pie. No podíamos con las subidas, eran demasiado para nosotros. Ni hablar. Ahí aproveché para grabar un poco y justo entonces....
—Mi hermano y Mayra aparecen en Velódromo. Cabe señalar que partieron casi a la misma hora que nosotros y desde la Alberca Olímpica—
Después de unos minutos de charla, partimos, dejándolos una vez más atrás. Ellos tomaron un descanso. Nosotros preferimos continuar. Pasamos por el foro Sol, donde se llevaba a cabo un festival con música que no es de mi incumbencia.
—Vive Latino, patrocinado por Kuel—
Seguimos por Churubusco y un poco antes de Plutarco (cerca de la delegación Iztacalco), los hermanos M y Alex nos separaron. Ya no los volvimos a ver. Sonó como a película de terror.
El trayecto hasta el eje 5 fue largo y cansado. Nos detuvimos en un puesto de servicio para hidratarnos. Con la novedad de que sólo había agua, pero era para rebajar el Gatorade y no nos podían dar. Lo que no entendí era si el agua era diferente a la potable o que carajos. En fin, traíamos nuestras botellitas y bebimos nuestra agua. Gracias.
—Eje 5 y Churubusco. Nuestra meta se encuentra justo del otro lado de eje 5—
Para este punto, Red siempre iba a delante de mi, mi ritmo era un tanto más lento. Ella ya había expresado que probablemente no terminaría. Yo le alentaba a seguir, aunque siendo honestos, también creía que sería difícil. Y llegaron las subidas sobre Churubusco. En la de Troncoso, no pudimos ni levantar el vuelo. Mejor caminamos y grabé video.
—Troncoso, del lado de Churubusco. Nótese mis brillantes deducciones y la seguridad en mi mismo—
Siguió la Viga y tampoco pudimos cruzar pedaleando. Cerca del CNA, realizamos nuestra primera parada formal para descansar. Y con formal, me refiero a que dejamos las bicis, nos sentamos en el pasto, bebimos agua y estiramos las piernas como por 15 minutos. Red estaba por dropear todo el asunto, yo la motivaba, con mi ánimo al 50%. Continuamos el recorrido y justo mientras subíamos por el desnivel de Tlalpan, llamó mi hermano. Ellos ya habían llegado a su meta. A nosotros todavía nos faltaba un buen tramo. Minutos más tarde, llegamos a la Alberca Olímpica.
—Si usted hubiera partido de aquí, ya habría llegado a la meta—
Red se ponía metas a corto plazo: primero, Tlalpan. Luego la Alberca. Luego Centro Coyoacán y así funcionaba para ella. Yo prefería la estrategia de pensar que chicas exóticas me llenarían con champagne al llegar a la meta.
—Centro Coyacán, la subida fue un martirio, pero la bajada es una de las mejores partes del recorrido—
Con pedaleo lento, pero seguro, llegamos a Insurgentes. No pudimos ni cruzar la avenida pedaleando. Cualquier inclinación ya era demasiado para nosotros. Continuamos hacia Mixcoac y Patriotismo y llegamos por fin a la recta final. Red ya iba muy adelante y yo, todavía me tomé la libertad de grabar la llegada. Cabe señalar que por andar de creativo pedaleando y grabando al mismo tiempo, casi me hacen sandwich dos ciclistas.
—El último esfuerzo. Final cerrado y dramático. No hubo chicas con champagne, pero si había Gatorade—
Cuatro horas exactas después, llegamos a la meta. Caminamos hasta la casa y todavía, pasamos por la comida de Lumiere al consultorio de su veterinario. Llegamos a beber agua y dormir. Más tarde, nos levantamos para ir a Plaza Inn a comer en Chazz
—No se cuantas calorías bajé, pero seguro las recuperé con mi hamburguesa al pastor—
Al final, cumplimos el objetivo. 32 kilómetros de esfuerzo y diversión sudorosa para el recuerdo. Sin desayuno y con una desvelada encima, eso tiene que contar. Este es el mapa con nuestro recorrido.
—El punto verde es la Salida/Meta, mientras que el gris es donde descansamos víctimas del esfuerzo—
Me la pasé muy bien y por supuesto que estamos bien puestos para el de este mes. La meta será hacerlo en menos tiempo (pero esta vez sí desayunaremos). ¿Quién dijo yo?
4 de junio de 2008
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2 comentarios:
Fuerte el esfuerzo, pero valió la pena.
Super, no había visto el post, una vez mas felicidades por el logro, ya estamos listos para el próximo, esto del ejercicio me gusta a quién no??
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